martes, 18 de agosto de 2009

Ventanas rotas, artes y Caracas


Cuando hablamos de ventanas rotas en Nueva York, inmediatamente, pensamos al “síndrome de las ventanas rotas”. Hace años, el alcalde de ésta ciudad, Rudolph Giuliani, ordenó limpiar y reparar todas las ventanas rotas de los edificios, prohibir la suciedad y la ebriedad callejera, como también, castigar toda trasgresión ciudadana en ésta gran metrópolis, logrando así, bajar el índice de delitos…, sin embargo, estas medidas tuvieron sus opositores, pero hoy, no les hablaré de ésta ciudad, de la bella Manhattam, deTimes Square, o del bohemio barrio Greenwich Village ni de ventanas rotas neoyorquinas, sino de mi viaje a Caracas.
Pasé cuatro días en ésta ciudad, entre amigos, artistas y colores y, sobre todo, con la creación. Fui a visitar la FIA, (Feria de Arte Internacional) y la noche de la inauguración fue un reencuentro con la amistad, las artes y los bellos recuerdos. Otro día, me dediqué a visitar los museos de la Plaza de los Caobos, encontré otro ambiente y las salas mal iluminadas… Visité las grandes salas de la Galería de Arte Nacional, donde el visitante se reencuentra con el arte venezolano, pero en un ambiente de gran soledad…Disfruté viendo la obra de Armando Reverón; sus muñecas, sus pájaros y otras obras de diferentes épocas, así como también, toda la evolución del arte venezolano desde Arturo Michelena, Cristóbal Rojas hasta Los Disidentes, el cual, es el paso del arte venezolano al arte moderno, es la lección de Cezanne, Picasso, y Mondrian, es el aporte de los venezolanos al arte universal, es el descubrir de nuevas formas y del arte cinético representado por los maestros Alejandro Otero y sus coloritmos; Carlos Cruz-Diez, con su variadas fisicromías. Ver la obra de Soto, donde el objeto encontrado, el resorte, el alambre retorcido, la pieza mecánica, así como también, las primeras obras, donde están las raíces de su obra futura, es la génesis de lo que el maestro desarrollará a través de los años orientando su obra al movimiento, formas geométricas y líneas, profundizando y estudiando las búsquedas de Mondrian y Malevich, como también, obras de Edgar Sánchez, Jacobo Borges, de tendencias figurativas; obras de Francisco Hung y muchas otras informalistas.
Otro día, a las ocho de la mañana me senté en un café en Sabana Grande, a ver pasar las personas caminando apresurados para llegar a sus trabajos y envueltos en un velo de quién sabe en qué pensamiento o problema. Fui a una cita con mi amiga Emma Cecilia, tenía veinticinco años sin verla, tantas historias que han pasado y el tiempo ha transcurrido guardando celosamente nuestra amistad. Me contó de sus viajes, de su estadía en Etiopía y muchos otros lugares, donde le ha tocado ir por su trabajo. Fuimos a almorzar en el Museo Sacro y nos sentimos en la Caracas de la época colonial. Hablamos de París.
Varios días encontrando a amigos, como a los artistas Ramón Chirinos, Alberto Riera, Néstor Betancourt y muchos otros creadores. Ver al pintor Julio Pacheco Rivas, es regresarme a París y percibir, inmediatamente, Notre Dame, el Sena y sentir el perfume y el sabor de un buen vino; es sentirse en la atmósfera de su taller parisino…haber visto lo que hacen los otros artistas; obras buenas y otras muy mediocres, tratando de comprender el por qué algunas personas se vuelven “fanáticas y locas ” por ciertas creaciones que no tienen nada de especial y sin ningún valor plástico, o ¿Será el misterio del arte? o ¿ Será siempre lo mismo?

Estar en el taller de Yuye De Lima descubriendo sus esculturas, algunas en proceso de creación, otras, en pequeños formatos, descubrir formas armónicas ensambladas con maestría y dominio, resultado de muchos años de trabajo, de hacer, de pensar y destruir y volver hacer, volúmenes que conviven con elementos de formas puras. Ver el catálogo de Pedro Fermín, obras de gran fuerza, de formas elementales, realizadas en hierro pintado, que juegan en las superficies como caligrafías realizadas por un gran monje zen; pureza, simplicidad, movimiento y volúmenes, que ya han encontrado su espacio…
Este viaje a Caracas y, en especial, la visita a la FIA, me hizo trasladarme al pasado, cuando iba a Basilea, Suiza, a visitar la Feria Internacional de Arte. La estadía fue maravillosa...Tomar el autobús para viajar me causa cierta aprensión, tantas historias que se comentan, y pareciese que uno va a hacer el viaje por el lejano oeste americano cuando la época de las diligencias donde los viajes eran riesgosos.
Pasé parte del viaje de regreso a Barquisimeto, entre leer, dormir un poco y pensar. Cuando estábamos cerca de Barquisimeto, levanté un poquito la cortina para ver el paisaje, y de repente un gran ruido y, me sentí en cuestión de segundos salpicado por gran cantidad de pedazos de vidrios. Un niño con una piedra había roto el gran ventanal, fue un gran susto y los pasajeros sorprendidos por lo que había sucedido…
Al llegar y bajarme del autobús miré hacia la ventana, estaba toda rota, más adelante, otra unidad le reparaban con cinta de plástico un vidrio de otra ventana destrozada; caminé unos metros y una nueva ventana con cartón ocupaba el lugar del vidrio, el chofer me comentó que es muy a menudo que esto acontezca; entonces ¿ Qué hacemos? ¿Nos quedamos, sin salir, sin poder ver el lindo paisaje de nuestra Venezuela? Hoy, en estos tiempos de vida moderna los buses tienen aire acondicionado, con videos para hacer el viaje más ameno, las carreteras sin tierra, aunque algunas, en mal estado, pero reflexionándolo bien, como que era mejor la época cuando fabricaban de madera los autobuses, sin aire, que transportaban bultos, gallinas, puercos y, entre ellos, los pasajeros, quienes llegaban amarillos de tierra; vehículos de asientos de madera, con el aire natural que entraba por las ventanas con perfumes de gallinas, de maíz, y olores fuertes de sudores, pero en esa época, que recuerde bien, no sucedían estos percances. Mi padre viajó mucho en esos autobuses y nunca me contó historias de ese tipo y, el transporte tenía la particularidad de venir a buscar los pasajeros a la casa, vehículos de bellos, alegres y variados colores, en una Venezuela rural…hace ya varias décadas.
Hoy, no sé que decirles, pero, a lo mejor me van a decir retrógrado o nostálgico, pero esos viajes eran más tranquilos a pesar que los pasajeros llegaban con dolores de riñones y cintura… no sé que les puedo contar, que entre amigos, artes y vidrios rotos, fueron cuatro días diferentes, y que alguien (un niño) me causó un cierto malestar y una pequeña cortada en mi brazo, y ese percance, me invita a reflexionar y preguntarme: ¿Qué está pasando en mi bella Venezuela?


martes, 26 de mayo de 2009

Pollo. caballos y tomates


Caminaba sorprendido por la callejuela que me conduciría a mi futuro taller-habitación. Al entrar en la habitación, espacio de unos cuatro metros por tres, me pareció pequeña para compartirlo, con otro pintor y un músico; pero ese sería mi espacio y el poco dinero que tenía no me permitía exigir más lujo y comodidad… no tenía ventana ni agua y el sanitario en el patio.
Había muchos talleres ocupados por artistas: franceses, americanos, chilenos e italianos. Lugar de encuentro, ideas, creatividad, vino y de musas, que a veces aparecían para acompañarnos en esas soledades, en esos inviernos donde la nieve recubría con un blanco luminoso esa bella, interesante y hermosa callejuela.
Pero esos espacios, en tiempos inmemoriales, fueron ocupados por caballos. Era un sitio donde se reposaban, después de largas horas de trotar. A veces, en mi imaginario, sentía en las noches, el chocar de los cascos contra esa callejuela tapizada de piedras, oía los relinchares y el perfume del heno…
Ahí, en esas caballerizas, se hablaba de arte, de música, de vino, de tristezas y de alegrías, de nostalgias por el país, la música y los cantos del terruño lejano era el decorado de fondo… y así, pasaban los días. En ese espacio, taller-habitación, trabajaba el otro pintor; y Patricio, un joven cantautor chileno, rasgueaba las cuerdas de la guitarra, acompañada por los cantos de sus composiciones que hacía llorar a las jóvenes chicas de un liceo cercano.
De día, era taller de pintura y espacio para la música., otros días, para la soledad. En las noches, un tímido bombillo alumbraba el lugar, mientras yo oía, a los Beatles o a Bob Dylan. El menú era muy limitado: patas de cochino a la vinagreta y ensalada de repollo, de lunes a lunes.
El arte estaba presente, nos organizábamos bien para poder tener el tiempo para la creación. A veces íbamos de “compra” al mercado a recoger algunas, legumbres, que estaban malas para la venta, pero buenas para variar un poco el menú y, las cuales se encontraban en la Poubelle (potes para la basura) Los días pasaban, entre creación, patas de cochinos a la vinagreta, el sueño de exponer, de darse a conocer y esperando el ansiado amor. Así, vivíamos la mayor parte de los artistas de la Avenue de Choisy …
Un sábado, el otro pintor, nos invita, al chileno y a mi persona, para que el domingo fuésemos a su casa a comer al mediodía. Amaneció el domingo y la gran alegría de ir a comer pollo, un buen queso camenbert y unas copas de vino, nos sentíamos plenos de alegría, y, decidimos hacer los siete kilómetros de distancia a pie. Caminábamos con gran gozo y entusiasmo y, al fin, llegamos la 1:30 de la tarde. Tocamos la puerta, pero nadie respondía. Nos asomamos por la ventana de la cocina que daba a la calle. Y, ¡La gran sorpresa! vimos el pollo cocinado con sus muslos doraditos, nos separaban escasos cinco metros. Teníamos mucha hambre. Habíamos llegado tarde. El amigo se había ido con su esposa a disfrutar de un día soleado parisino.
No tuvimos otra solución que regresarnos. Hicimos de nuevo los siete kilómetros y pasamos por el mercado, a pesar que a esa hora, ya se habían ido los vendedores de frutas y de legumbres. Pero nosotros, sabíamos que en los potes de basura, estaban plenos de tomates y pimentones y decidimos “comprar” algunos...
Llegamos a nuestra habitación- taller. Lavamos los tomates y los pimentones, y ese fue el almuerzo. Nos acostamos a dormir. El reloj marcaba las cuatro de la tarde. El hambre todavía estaba presente. Al rato llegó, la novia del chileno, y fue a comprarnos unos ricos croissant y café, y, eso nos calmó un poco el hambre.
Ya la tarde se acomodaba, comenzaba la noche pero el sol se negaba a irse a dormir. El astro rey se acostaba tarde, como a las diez de la noche. Era el verano de 1973. En ese momento llegó el otro amigo pintor y nos pregunta: ¿Por qué no fueron a comerse el pollo?- y le contamos la historia de toda esa odisea, y de la “compra” de los tomates y de los pimentones en el mercado. Nos dio los boletos para el metro, y llegamos a la hora prometida.
Al sentarnos a la mesa, estaba el pollo recalentado, una exquisita ensalada, el buen vino y variados quesos. Nos sentimos en esas horas, que éramos unos grandes sibaritas… el sol cansado de trabajar durante tantas horas, buscaba acomodo entre las nubes, y, así, llegó la noche. Nos reíamos de esa historia y de cómo habíamos visto, horas antes, el pollo a través de la ventana.
Lavamos los platos, y decidimos regresarnos en el último metro. En las calles del barrio de la plaza de Italia, todavía, habían personas sentadas en los cafés disfrutando del clima de verano y de la vida parisina, pero nadie, había vivido ese domingo, esas experiencias de caminar soñando que te vas a comer un pollo horneado, de hacer “un mercado” de tomates y pimentones, de comer croissant y una taza de café, de dormir pensando que no haz comido y, que de nuevo tu paladar va a degustar un verdadero pollo horneado, de quesos y de unos cuantos vasos de vino…ya no había sido un sueño…
La callejuela con sus talleres estaba ahí con su historia. Ya era la una de la madrugada, no se oía ningún ruido de los pinceles sobre las telas, todo era silente, y mi amigo Patricio, agarró su guitarra, y comenzó a tocar sus composiciones, mientras, yo acomodaba mi colchoneta que estaba enrollada, y llegó la hora de dormir…de nuevo, sentía el olor a heno y la imágenes de los caballos me llegaban a mi mente y me fui quedando dormido, y me decía mañana es lunes y de nuevo mi tradicional menú: patas de cochino y ensalada de repollo… fue un domingo maravilloso, lleno de exquisiteces, de buena comida, y sobre todo, de bellos momentos que me fortalecieron para seguir adelante en el arte…hoy, recuerdo esa callejuela donde hace muchos años caballos y caballeros llegaban cansados para reposarse, pero, hoy, no sé como yo llegué si como caballo o como jinete, pero, sé que fue maravilloso los meses que viví en esa caballeriza y que fue una bella experiencia… y que 33 años después, por esas mismas calles, la imagen de mi hija, colgaba en pendones de los postes de las avenidas y bulevares, anunciando un festival italiano… que historias tiene la vida…

Esteban Castillo estebancastil26@hotmail.com