Caminaba sorprendido por la callejuela que me conduciría a mi futuro taller-habitación. Al entrar en la habitación, espacio de unos cuatro metros por tres, me pareció pequeña para compartirlo, con otro pintor y un músico; pero ese sería mi espacio y el poco dinero que tenía no me permitía exigir más lujo y comodidad… no tenía ventana ni agua y el sanitario en el patio.
Había muchos talleres ocupados por artistas: franceses, americanos, chilenos e italianos. Lugar de encuentro, ideas, creatividad, vino y de musas, que a veces aparecían para acompañarnos en esas soledades, en esos inviernos donde la nieve recubría con un blanco luminoso esa bella, interesante y hermosa callejuela.
Pero esos espacios, en tiempos inmemoriales, fueron ocupados por caballos. Era un sitio donde se reposaban, después de largas horas de trotar. A veces, en mi imaginario, sentía en las noches, el chocar de los cascos contra esa callejuela tapizada de piedras, oía los relinchares y el perfume del heno…
Ahí, en esas caballerizas, se hablaba de arte, de música, de vino, de tristezas y de alegrías, de nostalgias por el país, la música y los cantos del terruño lejano era el decorado de fondo… y así, pasaban los días. En ese espacio, taller-habitación, trabajaba el otro pintor; y Patricio, un joven cantautor chileno, rasgueaba las cuerdas de la guitarra, acompañada por los cantos de sus composiciones que hacía llorar a las jóvenes chicas de un liceo cercano.
De día, era taller de pintura y espacio para la música., otros días, para la soledad. En las noches, un tímido bombillo alumbraba el lugar, mientras yo oía, a los Beatles o a Bob Dylan. El menú era muy limitado: patas de cochino a la vinagreta y ensalada de repollo, de lunes a lunes.
El arte estaba presente, nos organizábamos bien para poder tener el tiempo para la creación. A veces íbamos de “compra” al mercado a recoger algunas, legumbres, que estaban malas para la venta, pero buenas para variar un poco el menú y, las cuales se encontraban en la Poubelle (potes para la basura) Los días pasaban, entre creación, patas de cochinos a la vinagreta, el sueño de exponer, de darse a conocer y esperando el ansiado amor. Así, vivíamos la mayor parte de los artistas de la Avenue de Choisy …
Un sábado, el otro pintor, nos invita, al chileno y a mi persona, para que el domingo fuésemos a su casa a comer al mediodía. Amaneció el domingo y la gran alegría de ir a comer pollo, un buen queso camenbert y unas copas de vino, nos sentíamos plenos de alegría, y, decidimos hacer los siete kilómetros de distancia a pie. Caminábamos con gran gozo y entusiasmo y, al fin, llegamos la 1:30 de la tarde. Tocamos la puerta, pero nadie respondía. Nos asomamos por la ventana de la cocina que daba a la calle. Y, ¡La gran sorpresa! vimos el pollo cocinado con sus muslos doraditos, nos separaban escasos cinco metros. Teníamos mucha hambre. Habíamos llegado tarde. El amigo se había ido con su esposa a disfrutar de un día soleado parisino.
No tuvimos otra solución que regresarnos. Hicimos de nuevo los siete kilómetros y pasamos por el mercado, a pesar que a esa hora, ya se habían ido los vendedores de frutas y de legumbres. Pero nosotros, sabíamos que en los potes de basura, estaban plenos de tomates y pimentones y decidimos “comprar” algunos...
Llegamos a nuestra habitación- taller. Lavamos los tomates y los pimentones, y ese fue el almuerzo. Nos acostamos a dormir. El reloj marcaba las cuatro de la tarde. El hambre todavía estaba presente. Al rato llegó, la novia del chileno, y fue a comprarnos unos ricos croissant y café, y, eso nos calmó un poco el hambre.
Ya la tarde se acomodaba, comenzaba la noche pero el sol se negaba a irse a dormir. El astro rey se acostaba tarde, como a las diez de la noche. Era el verano de 1973. En ese momento llegó el otro amigo pintor y nos pregunta: ¿Por qué no fueron a comerse el pollo?- y le contamos la historia de toda esa odisea, y de la “compra” de los tomates y de los pimentones en el mercado. Nos dio los boletos para el metro, y llegamos a la hora prometida.
Al sentarnos a la mesa, estaba el pollo recalentado, una exquisita ensalada, el buen vino y variados quesos. Nos sentimos en esas horas, que éramos unos grandes sibaritas… el sol cansado de trabajar durante tantas horas, buscaba acomodo entre las nubes, y, así, llegó la noche. Nos reíamos de esa historia y de cómo habíamos visto, horas antes, el pollo a través de la ventana.
Lavamos los platos, y decidimos regresarnos en el último metro. En las calles del barrio de la plaza de Italia, todavía, habían personas sentadas en los cafés disfrutando del clima de verano y de la vida parisina, pero nadie, había vivido ese domingo, esas experiencias de caminar soñando que te vas a comer un pollo horneado, de hacer “un mercado” de tomates y pimentones, de comer croissant y una taza de café, de dormir pensando que no haz comido y, que de nuevo tu paladar va a degustar un verdadero pollo horneado, de quesos y de unos cuantos vasos de vino…ya no había sido un sueño…
La callejuela con sus talleres estaba ahí con su historia. Ya era la una de la madrugada, no se oía ningún ruido de los pinceles sobre las telas, todo era silente, y mi amigo Patricio, agarró su guitarra, y comenzó a tocar sus composiciones, mientras, yo acomodaba mi colchoneta que estaba enrollada, y llegó la hora de dormir…de nuevo, sentía el olor a heno y la imágenes de los caballos me llegaban a mi mente y me fui quedando dormido, y me decía mañana es lunes y de nuevo mi tradicional menú: patas de cochino y ensalada de repollo… fue un domingo maravilloso, lleno de exquisiteces, de buena comida, y sobre todo, de bellos momentos que me fortalecieron para seguir adelante en el arte…hoy, recuerdo esa callejuela donde hace muchos años caballos y caballeros llegaban cansados para reposarse, pero, hoy, no sé como yo llegué si como caballo o como jinete, pero, sé que fue maravilloso los meses que viví en esa caballeriza y que fue una bella experiencia… y que 33 años después, por esas mismas calles, la imagen de mi hija, colgaba en pendones de los postes de las avenidas y bulevares, anunciando un festival italiano… que historias tiene la vida…
Esteban Castillo estebancastil26@hotmail.com
Había muchos talleres ocupados por artistas: franceses, americanos, chilenos e italianos. Lugar de encuentro, ideas, creatividad, vino y de musas, que a veces aparecían para acompañarnos en esas soledades, en esos inviernos donde la nieve recubría con un blanco luminoso esa bella, interesante y hermosa callejuela.
Pero esos espacios, en tiempos inmemoriales, fueron ocupados por caballos. Era un sitio donde se reposaban, después de largas horas de trotar. A veces, en mi imaginario, sentía en las noches, el chocar de los cascos contra esa callejuela tapizada de piedras, oía los relinchares y el perfume del heno…
Ahí, en esas caballerizas, se hablaba de arte, de música, de vino, de tristezas y de alegrías, de nostalgias por el país, la música y los cantos del terruño lejano era el decorado de fondo… y así, pasaban los días. En ese espacio, taller-habitación, trabajaba el otro pintor; y Patricio, un joven cantautor chileno, rasgueaba las cuerdas de la guitarra, acompañada por los cantos de sus composiciones que hacía llorar a las jóvenes chicas de un liceo cercano.
De día, era taller de pintura y espacio para la música., otros días, para la soledad. En las noches, un tímido bombillo alumbraba el lugar, mientras yo oía, a los Beatles o a Bob Dylan. El menú era muy limitado: patas de cochino a la vinagreta y ensalada de repollo, de lunes a lunes.
El arte estaba presente, nos organizábamos bien para poder tener el tiempo para la creación. A veces íbamos de “compra” al mercado a recoger algunas, legumbres, que estaban malas para la venta, pero buenas para variar un poco el menú y, las cuales se encontraban en la Poubelle (potes para la basura) Los días pasaban, entre creación, patas de cochinos a la vinagreta, el sueño de exponer, de darse a conocer y esperando el ansiado amor. Así, vivíamos la mayor parte de los artistas de la Avenue de Choisy …
Un sábado, el otro pintor, nos invita, al chileno y a mi persona, para que el domingo fuésemos a su casa a comer al mediodía. Amaneció el domingo y la gran alegría de ir a comer pollo, un buen queso camenbert y unas copas de vino, nos sentíamos plenos de alegría, y, decidimos hacer los siete kilómetros de distancia a pie. Caminábamos con gran gozo y entusiasmo y, al fin, llegamos la 1:30 de la tarde. Tocamos la puerta, pero nadie respondía. Nos asomamos por la ventana de la cocina que daba a la calle. Y, ¡La gran sorpresa! vimos el pollo cocinado con sus muslos doraditos, nos separaban escasos cinco metros. Teníamos mucha hambre. Habíamos llegado tarde. El amigo se había ido con su esposa a disfrutar de un día soleado parisino.
No tuvimos otra solución que regresarnos. Hicimos de nuevo los siete kilómetros y pasamos por el mercado, a pesar que a esa hora, ya se habían ido los vendedores de frutas y de legumbres. Pero nosotros, sabíamos que en los potes de basura, estaban plenos de tomates y pimentones y decidimos “comprar” algunos...
Llegamos a nuestra habitación- taller. Lavamos los tomates y los pimentones, y ese fue el almuerzo. Nos acostamos a dormir. El reloj marcaba las cuatro de la tarde. El hambre todavía estaba presente. Al rato llegó, la novia del chileno, y fue a comprarnos unos ricos croissant y café, y, eso nos calmó un poco el hambre.
Ya la tarde se acomodaba, comenzaba la noche pero el sol se negaba a irse a dormir. El astro rey se acostaba tarde, como a las diez de la noche. Era el verano de 1973. En ese momento llegó el otro amigo pintor y nos pregunta: ¿Por qué no fueron a comerse el pollo?- y le contamos la historia de toda esa odisea, y de la “compra” de los tomates y de los pimentones en el mercado. Nos dio los boletos para el metro, y llegamos a la hora prometida.
Al sentarnos a la mesa, estaba el pollo recalentado, una exquisita ensalada, el buen vino y variados quesos. Nos sentimos en esas horas, que éramos unos grandes sibaritas… el sol cansado de trabajar durante tantas horas, buscaba acomodo entre las nubes, y, así, llegó la noche. Nos reíamos de esa historia y de cómo habíamos visto, horas antes, el pollo a través de la ventana.
Lavamos los platos, y decidimos regresarnos en el último metro. En las calles del barrio de la plaza de Italia, todavía, habían personas sentadas en los cafés disfrutando del clima de verano y de la vida parisina, pero nadie, había vivido ese domingo, esas experiencias de caminar soñando que te vas a comer un pollo horneado, de hacer “un mercado” de tomates y pimentones, de comer croissant y una taza de café, de dormir pensando que no haz comido y, que de nuevo tu paladar va a degustar un verdadero pollo horneado, de quesos y de unos cuantos vasos de vino…ya no había sido un sueño…
La callejuela con sus talleres estaba ahí con su historia. Ya era la una de la madrugada, no se oía ningún ruido de los pinceles sobre las telas, todo era silente, y mi amigo Patricio, agarró su guitarra, y comenzó a tocar sus composiciones, mientras, yo acomodaba mi colchoneta que estaba enrollada, y llegó la hora de dormir…de nuevo, sentía el olor a heno y la imágenes de los caballos me llegaban a mi mente y me fui quedando dormido, y me decía mañana es lunes y de nuevo mi tradicional menú: patas de cochino y ensalada de repollo… fue un domingo maravilloso, lleno de exquisiteces, de buena comida, y sobre todo, de bellos momentos que me fortalecieron para seguir adelante en el arte…hoy, recuerdo esa callejuela donde hace muchos años caballos y caballeros llegaban cansados para reposarse, pero, hoy, no sé como yo llegué si como caballo o como jinete, pero, sé que fue maravilloso los meses que viví en esa caballeriza y que fue una bella experiencia… y que 33 años después, por esas mismas calles, la imagen de mi hija, colgaba en pendones de los postes de las avenidas y bulevares, anunciando un festival italiano… que historias tiene la vida…
Esteban Castillo estebancastil26@hotmail.com