sábado, 26 de enero de 2008

Zapatos plateados y Londres







A mi amigo Ernesto Jiménez dedico
Después de vivir año y medio en París, me vi obligado a dejarlo para buscar trabajo en Londres. Mi ignorancia era muy grande sobre ésta ciudad, y poco conocía de lo que se hacía en la metrópoli londinense en arte. Como no tenía beca, decidí tomar el tren e irme a la aventura. Después, tomé el barco y con grandes ilusiones veía el gran Canal de la Mancha. Luego, horas más tarde, otra vez, agarro de nuevo el tren y horas después, se me aparece la gran urbe. Acompañado con mi maleta llena de esperanzas y optimismo llegué a Victoria Station; salir y caminar sorprendido de ver las calles y edificios desconocidos para mí. Descubría a Londres, de cuando en cuando veía asombrado pasar autobuses rojos de dos pisos; marchaba hacia un barrio llamado E’arls Court que estaba lejos del centro, y miraba el plano para orientarme. En mi caminar pasé frente al Museo de Ciencias y, caminaba y caminaba, era verano de 1969, y el sol estaba ahí, resplandeciente y alumbrándome para que yo viera el camino…

Tenía hambre, entré a un restauran y pedí: “bacon and eggs”, un pequeño descanso y continúo; ya son casi las diez de la noche y estoy llegando al barrio. Veo un banco en la Avenida Cromwell. Estoy cansado, tengo sueño y me preparo a dormir, y a entregarme a los brazos de Morfeo, en esa gran ciudad, la cual, no conozco… no tengo dinero para pagarme un hotel, en ese momento, aparece alguien por asar. Es un venezolano, y me pregunta: ¿Qué haces ahí? -No tengo donde dormir y voy a pernoctar en éste banco, le respondí y, muy gentilmente, me ofrece su pequeño apartamento.
Ahora, ya tengo mi pequeña habitación en el primer piso del 13 Neverd Road, ya me queda poco dinero para comer; y traté de “arreglar” la electricidad para pagar menos y quemé el medidor, resultado, total oscuridad y una gran angustia… Pasan los días, camino por las calles buscando trabajo para lavar platos, y en esa búsqueda, por casualidades de la vida, encuentro a mi gran amigo colombiano Ernesto Jiménez. Le cuento a mi amigo la situación, por la cual estoy atravesando, y me dice: “Mi querido amigo, yo vengo de Estocolmo y traigo dinero y es tuyo también; he lavado plato durante cuatro meses y tengo para vivir un tiempo y me dijo: vamos al abasto a resolver esto”… compró comida y miles de cosas más, y hasta una botella de güisqui,(para celebrar el reencuentro) y terminó diciéndome: no te preocupes por el pago de la habitación que yo pagaré.
Había conocido a mi amigo en 1967, en la Alianza Francesa de París. Compartimos mucho y pasábamos horas en los conocidos cafés de Montparnasse…ahora, era Londres…, en los actuales momentos, mi amigo vive en Estocolmo rodeado de sus hijos colombianos, hijos suecos y de ocho nietos, y rodeado de amor y cariño.
Pero regresemos a Londres. Ernesto trabajaba lavando platos en un restauran, y yo me dedicaba a trabajar en mi arte… los domingos visitaba los museos ya que ese día son gratis. Fui al Museo de Ciencias. Vi, el Péndulo de Faucoult, donde se demuestra que la tierra gira sobre ella misma. Quedé extasiado ver como se balanceaba e iba cambiando de lugar y dejando un trazado sobre la arena. Construido con una bola pesada de hierro y suspendida por un cable de 67 metros… visité la Nacional Gallery, descubrí la obra del célebre pintor inglés William Turner, creador de marinas, de neblinas y tormentas, artista que influenció a Claude Monet, y así, nació el impresionismo. Caminar por los bordes del río Támesis, y entrar a la Tate Gallery, mirar admirar y descubrir a la artista inglesa Mary Martin, y su obra, la cual, me motivó y me influenció…
Los días van pasando, y voy descubriendo a Londres, sin embargo, no me enamoro de la ciudad. El frió, los días nublados y oscuros, las grandes nevadas nos sorprenden, la soledad nos acompaña… y un día, de bajas temperaturas, Ernesto, se pone su poncho colombiano y, me invita para que vayamos al bar donde todos los que regularmente lo frecuentan van vestidos de vaqueros…, y yo no tengo poncho. Miro a la cobija de cuadros que está sobre la cama, la agarro y con una tijera le hago un hueco y en lo que menos canta un gallo, ya está listo mi poncho… nos dirigimos hacia al bar, llegamos y, en una jarra grande mezclamos varías bebidas que se fusionaban con la música country del oeste americano y, llegaron las once de la noche. Es la hora de cerrar el bar… y para fuera todo el mundo. Hacía un frío horrible y nuestra visión veía doble.
Meses después, llegó el momento del viaje de mi amigo para Suecia, y me dice: “Ahora te toca a ti, lavar platos y agarrar mi trabajo en el restauran”, y así, fue como llegué a lavar platos, y a ser segundo jefe de cocina… trabajaba en las noches, desde las seis hasta la una de la madrugada. Los sábados me pagaban. El lunes compraba mis materiales para trabajar en mi obra. Cuando iba al abasto una amiga española me cobraba a la mitad del precio ¡Lástima que no podía enamorarla! a ella no le gustaban los hombres…
Religiosamente, los viernes en la tarde abría mi pote de pintura plateada y pintaba mis viejos zapatos. Los sábados y domingos me los ponía y caminaba muy seguro de mi pisada, como muy bien lo dice un proverbio árabe: “El que camina seguro de su pisada, camina como un rey”… y así, pasaban mis días, a veces con amigos venezolanos que venían a lamentarse conmigo las soledades de todos…y a compartir mi taller, también, con el doctor Raúl Díaz Castañeda y Edgar Mirabal.
Un domingo, agarré el metro. Me siento cerca de tres bellas chicas. Ellas se miran y de repente, una de ella se dirige a las otras dos y le comenta: “Que hombre tan ridículo con esos zapatos plateados” y, yo le contesté: seguro qué por lo criticonas son venezolanas y, en ese momento, con vergüenza, nos hicimos amigos…
Me regresé a París después de vivir tres años en Londres…, y un día, después de muchos años, llega a mi apartamento una chica llamada Emma Ramírez que quiere que yo la oriente en el arte e hicimos una bella amistad… y unos meses después, me dice: ¿Tú no te recuerdas de mí?, y le respondí: que no me recordaba de ella, y me dijo: fui yo quien te critiqué en el metro de Londres…
El tiempo ha pasado, pero las remembranzas están presentes; gracias a Internet, hoy la he vuelto a encontrar, vive en Florencia, con una hija, y ahora nos escribimos regularmente, y le digo: es el hombre de los zapatos plateados… de mi estadía de Londres me queda sólo el placer de cocinar, de haber realizado muchos cuadros, y el recuerdo de amigos que compartieron momentos muy bellos de mi vida y, a veces, me provoca pintar mis zapatos… sin embargo, el tiempo ha hecho su recorrido y únicamente quedan en las evocaciones y en los momentos compartidos con personas maravillosas e inolvidables, como también, de haber usado zapatos plateados…
Esteban Castillo
Estebancastil26@hotmail.com

1 comentario:

elizabeth dijo...

37 a#os han pasado desde aquel encuentro en Londres, julio del 1971. Menos mal que las tonterias de la adolescencia, a veces traen escondidas , maravillosas consecuencias. Cada uno de nosotros, ha hecho una vida bien distinta, en lugares bien distintos. Han pasado 31 a#os desde la cena en tu casa, en Paris(1978), cuando nos reencontramos por tu invitaciòn a dar una mano a Edma. La impresiòn de ambas, al reconocer que el flaco de los zapatos plateados del metro de Londres nos abri'a la puerta de su casa.
Desde entonces, no solo aprendi' a apreciar al artista, por sobre todo, aprendi' a apreciar al ser humano que era tan autèntico que portaba unos horribles zapatos plateados.
Antes, me hacias disfrutar con tu pintura, hoy di'a lo haces con tus escritos; los cuales traduzco a mi esposo.
Saludos desde Sicilia.
elizabeth