Músicos y pintores
El barrio latino, en París, es un lugar donde se dan cita los extranjeros residentes y turistas, en especial, artistas suramericanos. Por años, los latinoamericanos, se han agrupado para tocar en los sitios nocturnos. Los primeros pintores en dar a conocer la música venezolana fueron Narciso Debourg y el maestro Jesús Rafael Soto.
Las canciones: Sancocho de huesito, Amalia, Amalia, Rosa, se oían en los centros nocturnos como en la Scala o El rancho guaraní, actualmente estos espacios para la música de la América del sur han cerrado. Los cafés El Mónaco y El Dantón eran el sitio donde se reunían para tomar café y, así, hablar de las nuevas canciones y del desarrollo de sus obras plásticas y literarias, asimismo, de política, de amores y de cambios sociales. Desde la década de los 50, fue el modus vivendi de muchos artistas, que con el charango, las maracas, el arpa, el cuatro, la guitarra, el bombo y otros instrumentos latinoamericanos, que se mezclaban en alegres ritmos y en las cuales, una chacarera, un vals peruano y un tango se juntaban con el zumba que zumba o un seis por derecho, o el ritmo de una cumbia o de un ballenato con un golpe tocuyano. Todos esos ritmos se unían en perfecta simbiosis y armonía. Eran una referencia de América del Sur…
En la década de los 60, otro grupo de artistas venezolanos vinieron a enriquecer este ambiente, entre ellos, se encontraba el pintor César Andrade, que muy rápido se integró con los amigos Gabriel Castillo, Policarpio Contreras, Carlos Guerra y el indio Guacaran para tocar en los sitios nocturnos, algunos, se llegaron a presentar en los grandes teatros de espectáculos como lo es:
Hace ya muchos años de esta historia que les voy a contar. Un día entre arepas y pabellón, y con los maestros Carlos Cruz Diez, Jesús Rafael Soto y un grupo de artistas venezolanos, comenzaron a tocar y me dijeron que tocara las marcas y, así participé en una tarde de verano donde los ritmos se unieron entre sabores y cantos y planes para hacer una exposición en Venezuela…! Fue una gran parranda ¡
Un día, voy a dar una vuelta por el café El Dantón y me encuentro con César Andrade y me dice: “Quiero que me acompañen Servideo y tú, a dar un concierto en un pueblo a las afueras de París. Servideo tocará el cuatro, tú vas a tocar las maracas, yo también tocaré el cuatro y cantaré” Le contesté: No soy músico, - él me respondió: “Tú tocas las maracas, muy bien”. Total, acepté… llegó el día que había que tomar el tren y nos fuimos a la gran aventura musical...el ruido de las ruedas del tren sobre los rieles se mezclaban con mis ritmos musicales imaginarios de mi Venezuela querida.
Por el camino, iba preocupado, de todas maneras, pensaba que sería una cosa sencilla. Andrade me comentó que el grupo se llamaba:” Los Molineros”; el nombre tomado de una pieza de su propia inspiración.
Después de un tiempo de viaje, llegamos al pueblo de Charenton, y cual no fue mi sorpresa, que al salir de la estación del tren, por dondequiera habían grandes pancartas que decían: Presentación del grupo musical “Los Molineros”, música de Venezuela. Al momento, pensé regresarme y no era algo tan familiar y sencillo, como lo había imaginado, era en el teatro de la ciudad. Llegamos, nos preparamos y se abrió el telón del teatro. Estaba repleto de personas y comenzamos con El cachicamo y otros golpes, como también, joropos y merengues.
El público aplaudía, ya el miedo y la timidez no estaban presentes. A Servideo se le deslizaba el cuatro y no podía sostenerlo, era la primera vez que él tocaba parado, le buscaron una silla y, así resolvió el problema. Al regreso, en el tren veníamos contentos con algo de dinero y del espectáculo que habíamos realizado…De vez en cuando, tocábamos en nuestros talleres y nos reuníamos con los amigos… el tiempo fue pasando, me fui a Londres tres años y, después regresé a París.
Y un domingo de verano salgo a pasear con mi cuatro y voy a visitar a un matrimonio de amigos venezolanos. Vivían en un modesto hotel; pero ese día no estaban, y me senté en el café a esperarlos. Comencé a tocar el cuatro con timidez y recato. De repente el dueño del café trae un platico donde regularmente se dejan las propinas a los mesoneros y me coloca algunos francos. Seguí esperando a mis amigos, asimismo, el público que iba llegando colocaba más monedas. Al llegar mis amigos, les dije: búsquense las maracas y vamos a tocar; se convirtió en una gran fiesta y cada vez las monedas seguían aumentando. Era un cafetín de árabes. Una gran alegría invadía el lugar, todos bailaban y uno de ellos se nos acerca y nos invita:” Vamos a otro café- restaurante y allá se ganarán la comida con la música”.
Llegamos y, al compás de golpes y merengues pusimos a bailar a todo el mundo; ya nuestros bolsillos estaban lleno de francos y contentos de haber comido cuscus… salimos tarde en la noche… y me fui a dormir a un pequeño parque con mi cuatro como compañero. Al otro día, cuando me despertó el sol, fui a comerme un par de croisantes y un gran café con leche…Algunas veces, tocábamos en los cafés y pasábamos mi cachucha para obtener algunos francos que el público nos daba gentilmente…
Una noche con gran nostalgia por Venezuela …me senté en la acera, mientras esperaba a una amiga. Cerré los ojos y comencé a tocar golpes y más golpes y no abría los ojos, al final, cansado, dejé de tocar y cual no fue mi sorpresa, en ese lugar había una residencia de mujeres y fueron llegando silenciosamente, no me había dado cuenta, los plausos me hicieron abrir los ojos y…, me fui de paseo con mi amiga.
Los años han pasado, a veces, en mi soledad, en mi soliloquio trato de recordar esas canciones, afino el cuatro con “cam-bur- pin-tón”… lo charrasqueo, no me suena igual y trato de tocar un golpe tocuyano, pero no es la atmósfera de esos años, donde mi nostalgia me hacía cantar y tocar, y el deseo de conseguir algo de dinero me hacia tocar el cuatro. Los años han transcurridos; hoy, recuerdo todas esas cosas bellas, como una vez que creí que le gustaba a una chica y ella me dijo: “Lo que me gusta de ti es como tocas las maracas”… y con el recuerdo de haber tocado en un teatro de Francia en compañía de Servideo López y César Andrade. Hoy, sólo son reminiscencia de que fueron momentos parisinos vividos intensamente…
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